lunes, 1 de abril de 2013

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Parece mentira, pero otra vez te has quedado atrás. Si alguien te ofreciera dinero para que te separaras a propósito del grupo, no podrías hacerlo tan bien. Siempre al regreso, después del camping, tus amigos saben qué deben hacer: esperar un poco, porque entre los sonidos de la naturaleza, los murmullos de ciertas corrientes secretas, los destellos del sol entre el follaje (que parecen hipnotizarte por un momento), y sobre todo por esa manía de fotografiarlo todo...
Seguramente están esperándote más adelante. Pero esta vez tardaron mucho en desarmar la carpa, caminaron más lento que de costumbre, ellos mismos parecen haberse distraído bastante por el camino. Un error de cálculo: el sol está detrás de los cerros, la tarde va muriendo de a poco.
Caminas con prisa, y tu respiración se acelera. Cada paso parece oscurecer un poco más el escenario. Hasta que al fin, después de recorrer un buen tramo de monte, llegas a un sendero arbolado. Tu teléfono no tiene señal. De tus amigos, ni noticias.
Se hace de noche y no hay luna.
Tratas de calmarte, tratas de pensar en una solución, de encontrar una salida. Te has perdido, te has separado de tu grupo, no tienes manera de comunicarte con nadie y, para terminar, no puedes ver nada. Al menos tienes la linterna. Deberías haber invertido en una de mejor calidad. Alumbra poco, pero te permite orientarte. Sigues el sendero. Solo escuchas el sonido de tus pasos y el canto monótono de los grillos. Y tu respiración; recién ahora te das cuenta de la agitación que te embarga.
Tienes ganas de correr, pero luchas por mantenerte en control. El miedo te acecha, lo sabes, pero no le das oportunidad. Mantienes el paso con la vista siempre al frente. No te atreves a gritar, ni tampoco a mirar hacia atrás.
No gritas, claro, pero deseas con todas tus fuerzas escuchar una voz amiga llamándote. Tu oído se agudiza a cada segundo que pasa, sin novedades. Miras el cielo: noche cerrada, aunque llena de estrellas. Haces una mueca amarga; por un momento te preguntaste si podrías orientarte con ellas, pero no tienes idea de cómo hacerlo. Parece mentira, después de tantas veces acampando…
Pensando en estas cosas y con la vista en el cielo, no te has percatado de la construcción a la que te acercas. La ves cuando está bastante próxima. Te alegras, es señal de civilización, de gente tal vez. Apuras más el paso.
Parece ser una torre, o un depósito, un silo o algo por el estilo. Con la linterna logras ver que es de color rojo. Comienzas a pensar que en ese lugar tan oscuro y silencioso no habrá nadie, pero de todas maneras buscas la puerta; al menos servirá de refugio. Mientras rodeas la edificación encuentras un papel pegado en la pared. Lo tomas. Dice: “No lo mires o te llevará.” Tiene dibujado un monigote alargado.
De pronto la linterna parpadea. Sientes escalofríos. Te olvidas de entrar en ese lugar y sigues caminando.
Oyes los grillos, oyes tus pasos. Ahora, en medio de la soledad y la negrura, sientes que alguien te está observando, y no piensas dejar que te atrape.


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