miércoles, 9 de marzo de 2016

INCONMOVIBLE





En mi sueño vi una casona decrépita, azul y fría, perfilándose sobre una colina pedregosa. La noche avivaba su negrura con el tañido de una campana lejana, tres o cuatro golpes que morían a poca distancia. Pensé en una iglesia, pero la idea de algo sagrado me dio escalofríos. Arriba de las nubes sucias debía estar la luna, pero nada de esa luz pálida traspasaba la barrera de los cielos.
En mi sueño estaba perdido, aislado. Me metí a escondidas en la casona por una ventana del costado, porque soy precavido y porque no quería pisar los escalones de piedra de la entrada principal (parecían de hueso), y tal vez hubiera algo detrás de la puerta, acechando con hambre...
Entré finalmente, y abandoné la esperanza. Dentro no había ningún cuarto, sino que salí a una especie de pueblo viejo y olvidado de Dios. Caminé por una callejuela de tierra haciendo un ruido repulsivo: a grava, a insecto, a rechinar de dientes. Me detuve para mirar dentro de la primera casona, por la ventana.
Un hombre rastreaba algo, un hilo de sangre en un laberinto de hierros. Se acercaba a su presa. Su presa era un amigo al que mataba sin motivo. Hundía su cuchillo en el corazón del otro, y sentía que su misión estaba cumplida y que podia descansar en paz. Yo miraba sin parpadear. Caminé hacia la segunda casona para ver qué pasaba ahí.
Un viejo caminaba harapiento por la calle llena de gente. Había un perro. Se acercaba al animal y luego de acariciarlo sacaba una sierra con la cual le cortaba una pata, sin que nadie hiciera nada. Inmutable, fui un poco más allá, a la tercera casona.
En la oscuridad, había un haz de luz que alumbraba solo a un hombre tirado en el suelo, con las manos atadas en la espalda. Alguien, en la total oscuridad, hacía ruido arrastrando una silla. Se sentaba cerca, supongo, y le hablaba. El otro callaba. Entonces se hizo visible la silla, que asentaba una pata en la entrepierna del hombre atado. Alguien se sentó de golpe y adiviné un grito. Seguí de largo, sin apuro, para mirar los demás edificios, que parecían interminables.

PARECE QUE ESTAMOS ATRAPADOS - VERSION PROPIA DE "LA JOVEN DEL CEMENTERIO"


Esta es mi versión de una conocida historia, relatada innumerables veces. Espero que les guste.

Aquella tarde de primavera decidió finiquitar el asunto y hacer la visita al cementerio que tanto venía esquivando. Llegó un poco tarde porque el día estaba lindo y quiso caminar. El portero le avisó que en media hora cerraba.
Había poca gente por los caminitos silenciosos. Casi todos de salida. Un poco más adelante estaba el sotanito familiar, donde pensaba dejar las flores, rezar algo y volverse. Miró lo gris y lo indiferente de la piedra y entonces le punzó el recuerdo. Estaba en el lugar más olvidado del mundo.
Se le pasó el tiempo sin rezar, y cuando miró lejos hacia el portón del frente vio que ya estaba cerrado. Sintió un nudo en la garganta pero pensó, tratando de no angustiarse, que el cuidador debía andar por ahí cerca. Todavía estaba claro, pero la quietud era opresiva. No había nadie en el sector del enrejado principal, así que se dirigió hacia donde creía recordar que se hallaba la puerta del costado, suponiendo que el empleado querría cerciorarse de que todo estuviera seguro. En la intersección de dos callejuelas se cruzó con una joven pálida. Los dos se sobresaltaron al verse, porque iban apurados. Ella sonrió y le dijo que quería salir. Él contestó, aliviado, que andaba en el mismo trámite. Ella le dijo que la siguiera, y él hizo caso, contento por esa companía tan agraciada.

NADA


 
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-¿Qué hay debajo de la cama?
La respuesta que te dan...  
-¿Qué se puede hacer para vencer el miedo?
...la que responde tantas preguntas...
-¿Qué será de mi si el horror me supera?
...no es precisamente alentadora.

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 Hernán Ibarra

viernes, 6 de febrero de 2015

LA MIRADA QUEDA



Despierto de un sueño desvanecido, como de gasa fina y blanca hecha jirones. Me topo con tu mirada gris. Hay en tus ojos un rastro de bronca vieja. Como de reproche pasado por agua. Brillante y apagado al mismo tiempo.
A veces uno fantasea... pero no esas fantasías de antaño, de juventud, de magia. Fantasías propias de la parte más descolorida de la vida. Y entre las más preciadas está la de irse de este mundo de tristeza sin dolor, al menos en ese tirón final.

sábado, 29 de noviembre de 2014

EL DUENDE


Ciertas tradiciones que se conservaron plenamente válidas hasta hace unos cuantos años, en la actualidad parecen no tener cabida. Es notable el mal sabor de boca que nos deja particularmente la progresiva desaparición de la transmisión oral. Una escena en la que lo importante es el instante compartido, la presencia del otro que desgrana historias, el dar y el recibir, la reactualización de un cierto ritual encadenado innumerables veces a la vida del hombre. Entre tanto avance y tecnificación, una parte de nuestra identidad agoniza, pero se resiste a desaparecer.
Inevitablemente algo queda. Porque el miedo y la reverencia, lo incomprensible y lo inabarcable son eternos. Y hay un resto que está encarnado tan profundamente en cada uno de nosotros, que de nada sirve argumentar lo que no sabemos; no tenemos más opción que sentirlo justamente allí donde jamás se lo vio y donde, hoy en día, ya no lo escuchamos.


Un sobreviviente en estos tiempos modernos es el duende. Este personaje reúne en si una parte de la tradición mística heredada de los pueblos originarios de nuestra región, con una función práctica específica para la zona: lograr que los niños no anden solos después del mediodía (cuando el sol está más fuerte) y que duerman la siesta.